viernes, 19 de agosto de 2011

MENDIGO DE AMOR

Por la premura de sentirme amado
me volví limosnero de amor
desconociendo que para mi ser
era primordial y prioritario
valorarme.
Y así,
como pordiosero de ternura,
recogiendo migajas
de falso afecto
de falacias de fantasías,
transité del amor al olvido
y caí en el oscuro abismo
del odio.
El agitado reloj de arena
que contaba grano a grano
los instantes de mi angustia
en los cuales anhelaba el sosiego
de ese sentimiento negado
{ese pérfido amor rogado}
me recordaba en el silencio del dolor
esa realidad fallida,
ese temblor de infierno
esa hiel en la garganta
que me envenenaba la sangre
y perturbaba mi conciencia.
Los días eran como olas de un mar
de desesperanzas
en los cuales los granos de arena
marcaban igual que un péndulo
el destino del loco que habitaba en mi,
del orate soñador
preso de dolor
por mendigar amor.
Mas, cuando cayó en el fondo del reloj
el último grano de arena
para marcar otra hora de esa angustia puntillosa
cual brújula de averno
la burbuja de cristal del reloj
se quebró.








martes, 9 de agosto de 2011

PESADILLA

No tuve cuidado con un pensamiento lascivo
que atravesó mi mente una noche de lujuria.
Ese pensamiento se me convirtió
en una terrible y temeraria palabra que laceró mi ser
y me volví vano y amargado.
La palabra me condujo a ridículos rediles intrincados
como dédalos de horror y miedo
que no me permitían avanzar hacia la libertad
que proporciona la felicidad de vivir en paz con el espíritu.
El pensamiento era proclive,
me empujaba a un abismo más oscuro
que la tenaz y tenebrosa noche de lujuria
en la cual yo me debatía como un centurión,
igual que un gladiador gravitando en una galaxia multiforme
de infinitos arcos iris
de fugaces aerolitos metales en los cuales yo giraba.
Entonces un sonido tranparente y lúbrico, igual que el pensamiento,
me arrastró sin piedad ni compasión
por un torbellino
por una vorágine de tedio
de angustias ácidas que recorrían
todas las fibras de mis nervios
calcinándome el pensamiento
sin poder escapar a esa abrasiva llama
que quemaba mis pulmones
perdiendo la respiración,
esa llama que quemaba mi corazón
perdiendo mi amor,
esa llama que quemaba mi cerebro
perdiendo mi sensatez,
esa llama que quemaba mi estómago
perdiendo el hambre,
y ya así, sin respiración,
sin amor,
loco,
y muerto de inanición,
salí corriendo del laberinto de esa infame y tediosa pesadilla.
Desperté cuando las primeras lámparas de un sol radiante
entró sin permiso por la ventana de mi alcoba
para anunciarme que comenzaba la rutina de un nuevo día.