domingo, 26 de agosto de 2012

PÁJARO MALIGNO

Pájaro torvo, proclive,
aborto de Lucifer,
ave rapaz, depredadora
por cuyo abyecto pico metálico
vomitas plomo fundido,
bombas de terror,
de napalm.
Volaste a otro territorio
con bombas atómicas
sostenidas con tus funestas garras de ave de rapiña
y dejaste desolación y muerte.
Has plagado de miseria a pueblos enteros
destruyendo sus culturas
matas sin piedad
sólo porque no obedecen
tus perversos designios
Águila agorera y maligna,
símbolo imperial malvado, oprobioso.
La desmesura de tu poder de terror y tu demencia
te ha conducido por dédalos de drogadicción
estás enferma, y tu único remedio es la cocaína,
eres la mayor ave del universo consumidora
y presa del flagelo que tanto persigues.
Ese es el dulce veneno que te ha de matar.

jueves, 23 de agosto de 2012

CIUDAD DORMIDA

La ventana que miraba el horizonte
igual que ojo desorbitado en el crepúsculo
era el limbo del ombligo, una débil luz en la tiniebla, un pálido pabilo.
Estabas frente al mar con tus senos suspendidos del arco iris,
los colores iris formaron la nube en la que flotabas como nenúfar
en un mágico y lánguido lago.
El paisaje se tornó frágil y líquido
se quebraba a períodos próximos con la brisa,
se derramaba por el cordón umbilical del ojo,
que lloraba tu ausencia
tu recuerdo, la nostalgia de tu extravío,
lágrimas sanguinolentas rodando en declive
por tu pubis abierto en flor cual taciturna meretriz.
Gotas de sangre coaguladas
que desembocaron en el espejismo de un oasis existencial.
De súbito, apareció tu fantasma sombrío
eras tú Santa Marta, ciudad dormida, lúgubre, orgía de corruptela
que te hunde en las cenizas del olvido
con tus viejas casas coloniales
destruidas por la desidia de tus ciudadanos,
derrumbadas por el moho de los siglos.
Hoy yaces enterrada en el cementerio de la miseria
abandonada en la penúltima oportunidad
porque no tuviste la última.

martes, 14 de agosto de 2012

EN ORIHULA

(En Orihuela, su pueblo y el mío, se me ha
muerto como del rayo Ramón Sijé, con quien
tanto quería.)
Miguel Hernández


En Orihuela
nació un árbol de voluntad firme
que avanzaba por el bosque de las palabras,
árbol bardo cantor
que a Ramón Sijé
insigne poeta en flor
cantó una elegía
al pie de su tumba fría.
Árbol de voluntad firme que avanzas
por las landas de estos mil poemas
son para ti mis esperanzas
cual quiméricas gemas
que cuelgan como ramas de ciprés
a tu memoria conto una y otra vez.
¡Oh!, entrañable poeta,
escribiste versos de saudades sin temor
con la tinta indeleble del amor
en tu paso por la vida como saeta.

A MIGUEL HERNÁNDEZ

Tu risa me hace libre,
me pone alas.
Soledades me quita,
cárcel me arranca.

Miguel Hernández

Tus pasos por el Parnaso
son y serán por siempre
las huellas indelebles que poeta alguno,
romancero de ausencias,
ha dejado en el sendero luminoso
de las letras castellanas
desde Orihuela hasta Alicante.
Tu condena a muerte
no melló tu risa,
volaste con las alas líricas de la libertad
te quitó soledades
y te arrancó cárceles.
¿Qué infame tormenta arrastró tu vida
a oscuros abismos aquella lúgubre mañana de marzo?
¿Qué estigma dejaste marcado en las cenizas del olvido?
Sólo sé que tu niño dormía en la cuna del hambre
y con sangre de cebolla se alimentaba.

jueves, 9 de agosto de 2012

FLOR DE CACTUS

Era de noche, noche oscura, sin estrellas, (ningún lucero en el cenit),
sólo se veía en lo alto del abismo sombrío
un claroscuro, un reflejo proyectado
en el espejo del vano de la ventana de mi alcoba
por una débil luna moribunda
como medio anillo taciturno
que me inspiró una larga melancolía por la ausencia de Ana,
mi amada Ana a quien nunca más volví a ver
desde el día de la primavera de nuestros amores furtivos.
En mí habitaba una angustia esa noche de insomnio,
lánguida noche de tristes reflexiones y hondo pesar
por la ausencia ya por siempre de la Ana de mis recuerdos
la radiante Ana, en cuyos ojos de esmeralda
un día se vieron los ojos míos bajo el influjo y la magia del último amor.
Entonces, sin poder conciliar el sueño aquella noche,
de tristeza en mi espíritu afligido por no saber jamás de mi amada Ana,
me levanté de la cama y encendí la lámpara de aceite
cuya tenue luz, igual que el claroscuro reflejado
en el espejo del vano de la ventana de mi cuarto en penumbra,
dibujó sobre la alfombra la silueta de un cactus del que brotó una flor,
una hermosa flor de blanco impoluto
como el blanco rostro de Ana
con sus ojos de esmeralda.