domingo, 9 de noviembre de 2014

CANTO A LA MUERTE




“Viento de los sepulcros acarrea, destroza, dispersa tu raíz soñolienta.”





Camino del cementerio sentí el gélido viento de su sepulcro,
traía la yerta fragancia de las flores muertas igual que ella.
Sentí un deseo vehemente de amar su cadáver, besar sus labios,
estrecharla entre mis brazos.
Era tanto mi dolor y mi tristeza que quise amarla más allá la muerte
para desenterrar su raíz soñolienta que la fatalidad dispersó.
Llegué al cementerio, visité su sepulcro solo, sombrío y lúgubre
como las cosas lúgubres y sombrías de mi alma triste, melancólica,
por la congoja de no tenerla nunca más, mas ahora la tenía ahí, desnuda igual que
cuando la amé por primera vez.
La saqué del féretro, la acosté en el piso frío cual ella, besé sus labios de hielo,
la abracé, le hice el último amor, y me quedé solo y triste porque se volvió polvo.
Del polvo vino y al polvo volvió. Más nunca la vi, seguí entonces con mi tristeza
buscando sus cenizas más allá de la muerte y el dolor.