jueves, 19 de enero de 2012

CRÓNICA DE UN DESASTRE POR SUCEDER

En días próximos pasados, comencé a buscar en los archivos de mi imaginación literaria, un nuevo tema para escribir algo, porque como dice Jorge Galeano, “me pican los dedos” cuando dejo de escribir algo. Pensé en un poema de amor para mitigar mi inquietud en estos tiempos de convulsión. El poema estaría inspirado en una amiga que tiene el nombre de una conocida zarzuela, ojos de esmeralda y piel de plenilunio, a quien he llegado a querer con ese amor entrañable de amigo. Ese poema quedará en espera mientras se gesta en el útero de mi imaginación de poeta. El poema no es urgente, porque ella no lo sabe, pero sé que se va enterar cuando lea esta crónica.
Decidí entonces cambiar de tema, porque es más urgente para mí y tal vez para muchos, el tema de la paz mundial, que pende de un hilo como lo dice Fidel Castro en una de sus recientes reflexiones. Aparentemente lo que voy a decir, nada tiene que ver con la paz mundial, pero creo que si está concatenado con el tema de un desastre por suceder.
El presidente de los Estados Unidos, Franklin Pierce, envía en 1,854 una oferta al Jefe Seattle, de la tribu Suwamish, para comprarle los territorios del nordeste de los Estados Unidos que hoy es Washington. A cambio, promete crear una “reservación” para el pueblo indígena. El Jefe Seattle responde en 1,855.
“El Gran Jefe Blanco de Washington ha ordenado hacernos saber que nos quiere comprar las tierras. El Gran Jefe Blanco nos ha enviado también palabras de amistad y de buena voluntad. Mucho apreciamos esta gentileza, porque sabemos que poca falta le hace nuestra amistad. Vamos a considerar su oferta pues sabemos que, de no hacerlo, el hombre blanco podrá venir con sus armas de fuego a tomar nuestras tierras. El Gran Jefe Blanco de Washington podrá confiar en la palabra del jefe Seattle con la misma certeza que espera el retorno de las estaciones. Como las estrellas inmutables son mis palabras.
¿Cómo se puede comprar o vender el cielo o el calor de la tierra? Esa es para nosotros una idea extraña.
Si nadie poseer la frescura del viento ni el fulgor del agua, ¿cómo es posible que usted se proponga comprarlos?
Cada pedazo de esta tierra es sagrado para mi pueblo. Cada rama brillante de un pino, cada puñado de arena de las playas, la penumbra de la densa selva, cada rayo de luz y el zumbar de los insectos son sagrados en la memoria y en la vida de mi pueblo. La savia que recorre el cuerpo de los árboles lleva consigo la historia del piel roja.
Soy un salvaje y no comprendo ninguna otra forma de actuar. Vi un millar de búfalos pudriéndose en la planicie, abandonados por el hombre blanco que los abatió desde un tren al pasar. Yo soy un hombre salvaje y no comprendo cómo es que el caballo humeante de hierro puede ser más importante que el búfalo, que nosotros sacrificamos solamente para sobrevivir.
Esto es lo que sabemos: la tierra no pertenece al hombre; es el hombre que pertenece a la tierra. Esto es lo que sabemos: todas las cosas están relacionadas como la sangre que une una familia. Hay una unión en todo.
Lo que ocurra con la tierra recaerá sobre los hijos de la tierra. El hombre no tejió el tejido de la vida; él es simplemente uno de sus hilos. Todo lo que hiciere al tejido, lo hará a sí mismo.
Incluso el hombre blanco, cuyo Dios camina y habla como él, de amigo a amigo, no puede estar exento del destino común. Es posible que seamos hermanos, a pesar de todo. Veremos. De una cosa estamos seguros que el hombre blanco llegará a descubrir algún día: nuestro Dios es el mismo Dios.
Ustedes podrán pensar que lo poseen, como desean poseer nuestra tierra; pero no es posible, Él es el Dios del hombre, y su compasión es igual para el hombre piel roja como para el hombre piel blanca.
Cuando nos despojen de esta tierra, ustedes brillarán intensamente iluminados por la fuerza de Dios que los trajo a esta tierra y por alguna razón especial les dio dominio sobre la tierra y sobre el hombre piel roja.
¿Qué ha sucedido con el bosque espeso? Desapareció.
¿Qué ha sucedido con el águila? Desapareció.
La vida ha terminado. Ahora empieza la supervivencia.”
Hoy día, han pasado 157 años después de que el Jefe Seattle contestara la carta que El Gran Jefe Blanco de Washington le envió, presidente de entonces de los Estados Unidos, Franklin Pierce.
Ahora Dilma Rousseff será la responsable de un desastre, de una estupidez aun peor que la cometida por Franklin Pierce, sólo para que pasara un ferrocarril por las tierras de los pieles rojas. Ahora no es un caballo de hierro que humea, es la tercera central hidroeléctrica más grande del planeta. Para construir esta mega central hidroeléctrica, se van a inundar 40,000 hectáreas de bosque. Más de 40,000 indígenas tendrán que buscar otro lugar donde vivir, porque aún no sobemos si La Gran Jefa Blanca del Brasil a cambio, como El Gran Jefe Blanco del Washington de entonces, les ofrezca a los indígenas de ese territorio de la extensa Amazonía, una “reservación”.
El Jefe de la tribu Kayapo del Brasil, no sólo está indignado, sino demasiado consternado, por el avance del progreso capitalista que todo lo compra, y que los dejará sin tierras.
Lo que conmueve y hace que algo se retuerza por dentro, que las vísceras segreguen bilis y haga vomitar de espanto y dolor, lo que genera vergüenza de ser occidental, (civilizado), es la impresión que tuvo el jefe de la comunidad Kayapo al enterarse de esa decisión absurda y no menos estúpida, de destruir en un instante lo que la naturaleza construyó en millones de años, porque habrá deforestación y desaparición de multitud de especies nativas. La flora y la fauna desaparecerá como sucedió con el bosque espeso de los pieles rajas, como desapareció el águila. Ahí la vida habrá terminado y empezará la sobrevivencia para 40,000 miembros de la primigenia tribu Kayapo.
Todos estos eventos que van en contravía de la naturaleza y de la clarividencia de la poesía, no es un mal presagio, es algo inevitable que por desgracia tarde que temprano ha de suceder en detrimento del hombre y del medio ambiente en el planeta. Estas elucubraciones no son un delirio ni el embeleco de un poeta iluso, que a cambio de escribir un poema de amor en tiempos de guerra, inspirado en una hermosa mujer con nombre de zarzuela, son más que eso. Es la visión anticipada de lo que vendrá, la extinción de la especie humana en menos de cien años soledad, porque el hombre se quedará solo con toda su miseria, con todos sus odios, con todas sus guerras y con toda su porquería de armas nucleares. Se quedará sin amor, sin aire, sin agua y sin el vestigio de que una vez aquí existió la vida, porque después de la última explosión, los continentes arderán en las llamas bíblicas de un espantoso apocalipsis y nada quedará, sólo cenizas.
Gonzalo Arango dice: “Vivimos perdidos, porque nos han extraviado. Venimos de un antiguo extravío del cual hay que parar o de lo contrario vamos al abismo.” Por eso, Fidel Castro dice que la paz mundial pende de un hilo, y quiera Dios que ese hilo no se reviente con el peso que soporta sosteniendo la frágil paz, porque todos caeremos en el abismo del olvido.

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