“Viento de los
sepulcros acarrea, destroza, dispersa tu raíz soñolienta.”
Camino del cementerio sentí el gélido viento
de su sepulcro,
traía la yerta fragancia de las flores
muertas igual que ella.
Sentí un deseo vehemente de amar su cadáver,
besar sus labios,
estrecharla entre mis brazos.
Era tanto mi dolor y mi tristeza que quise
amarla más allá la muerte
para desenterrar su raíz soñolienta que la
fatalidad dispersó.
Llegué al cementerio, visité su sepulcro
solo, sombrío y lúgubre
como las cosas lúgubres y sombrías de mi alma
triste, melancólica,
por la congoja de no tenerla nunca más, mas
ahora la tenía ahí, desnuda igual que
cuando la amé por primera vez.
La saqué del féretro, la acosté en el piso
frío cual ella, besé sus labios de hielo,
la abracé, le hice el último amor, y me quedé
solo y triste porque se volvió polvo.
Del polvo vino y al polvo volvió. Más nunca
la vi, seguí entonces con mi tristeza
buscando sus cenizas más allá de la muerte y
el dolor.