El que predica la
guerra es un apóstol del demonio.
John Ray
En
estos últimos tiempos se ha venido jugando con la ingenuidad y dignidad del
pueblo colombiano. El presidente Juan Manuel Santo, que es un apóstol del demonio,
no es el “Santo” predicador de la paz. Se hizo canonizar por la élite que
gobierna a Colombia, para su segunda reelección, y hasta el Papa le creyó, pues
le otorgó la gran orden de Los Caballeros Templarios como en las guerras de la
cruzadas, para defender la paz de los cristianos que creyeron en él.
Me
pregunto y te pregunto, cómo pude ser legítimo matar así, dormidos como
asesinaron a 26 combatientes de la FARC-EP y como también lo hicieron con Raúl
Reyes y Briceño (el mono Jojoy). Eso dijo san Juan Manuel, “es legítimo el
bombardeo a los terrorista de las Farc”. Son palabras con cargas de odio, igual
que las bombas de racimo que en nada
contribuyen a la paz.
Él
predica lo que no ha practicado, dice que terminará con la guerra, pero de qué
manera?
En
esta guerra secular que comenzó con la mal llamada “conquista”, porque fue una
orgía sangrienta, otra masacre más como las muchas que han ocurrido en Colombia
igual que LA MASACRE DE LAS BANANERAS, hecha por el gobierno de turno, será no
menos que imposible o demasiado difícil, salir de la miseria de la guerra.
El
poeta colombiano Gabriel Escorcia Gravini (1892-1920), es el autor de la
magistral poesía, LAURINA PALMA O GRAN MISERIA HUMANA. A continuación
transcribo las dos últimas estrofa a fin de significar de esta manera, la
miseria de la guerra, porque la guerra es peor que la miseria humana.
Así
me siento ante esta miserable guerra, siento un extraño escalofrío, como
perdiendo la vida, siento que también pierdo la vida pues siento que todos
perdemos la vida, no sólo son los que van a la guerra, que son los campesinos
pobre, los que nada tienen, y que la única esperanza es hacer lo que hizo
Mambrú para dolor y pena.
Los
apóstoles del demonio no saben qué es la guerra, sólo la hacen, no la viven, la
ven desde sus escritorios de tecnócratas. Ellos no entienden el dolor y la
angustia, ellos no entienden el sufrimiento de los combatientes de ambos bandos
en conflicto que se matan para defender los intereses económicos de ellos. El
poeta dice:
“Yo escuchaba aquella cosa
y lleno
de horrible espanto
salí de
aquel camposanto
como
veloz mariposa.
La luna
pura y radiosa
vertió su
lumbre fugaz,
y la
calavera audaz
dijo al
mirarme correr:
“¡Tú aquí
tienes que volver,
y
calavera serás!”
Yo, ante
razón tan sentida,
sentí por
el cuerpo mío
un
extraño escalofrío
casi
perdiendo la vida.
Con el
alma entristecida
volví a
mi celda cristiana,
meditando
que mañana,
por firme
ley de la parca,
debo
habitar la comarca
de la
Gran Miseria Humana”.
Pero
ya que importa la miseria de la guerra, si al final seremos calaveras, todos,
inclusive san Juan Manuel y los demás apóstoles del demonio.