Amaranta,
esta carta que te escribo la hago para decirte que hace ya más de mil años que
el mar canta su romanza de murmullo de olas a la luna, como evocando un
recuerdo pleno y lejano, así mismo te lo digo, estas palabras son el murmullo y
tú eres la luna.
Evoco
los tiempos ahora marchitos cual flores de cementerio en el que sepultaste ese amor de mariposa que
murió con tu adiós. Y te digo que fue amor de mariposa, porque voló a otra
flor, y fue amor de aurora, pues al crepúsculo ya había fenecido como crisálida
herida por la rosa de la amargura.
Yo
te regalaba rosas convertidas en poesía, y tú me diste con la mano del
desprecio, la espina del dolor, espina que acepté con la humildad del bardo, de aquel poeta y trovador que
compuso canciones y versos para ti, y hasta un madrigal que no escuchaste.
Ese
amor que nació muerto en tu interior, quiero decir en tu alma, dejó en la mía
la nostalgia de la agonía del marinero que extravió su rosa náutica de los
vientos y quedó desorientado en un mar sin horizonte, sin la esperanza para
hallar en una noche constelada, la estrella polar o algún indicio cósmico que
lo orientara hacia otra playa.
Por
ese cansancio en tu corazón naufragué en
el lago del delirio. Me convertí en un nepente, soñaba con luciérnagas que
alumbraban el sendero de un tiempo azul como un río de pedernal, en el que
creía y hasta veía mientras dormía, que nuestras vidas recorrían el camino de
las ilusiones doradas en el que transitábamos, pero todo fue una falacia,
porque llegó el heraldo de la vigilia, Insomnio, y me caí de esa nube, y me
sumergí en las profunda aguas de Leteo para olvidar todo lo anterior al tiempo
azul.
Para
mí nada ha cambiado, sólo tú cambiaste porque se te llenó el corazón de
cansancio. He seguido arrastrando la cadena de esa utopía. No ha sido fácil
olvidarte, porque tendría que olvidar los poemas y el madrigal que escribí para
ti, y hasta olvidarme de mí, pues todo lo he dejado escrito en el libro de mi
vida, y eso no será posible jamás aunque camine por un laberinto de soledad y
caiga en el abismo de los escombros del pasado y halle tu sombra, tu fantasma
de fantasía que ahora es cuarzo quebrado como astilla puntillosa que perturba
la sensatez.
El
cadáver de tu amor, ese mismo amor que un día fuera para mí flor de primavera,
ya es una calavera que yace insepulto en un campo santo, en la que en noches de
misterio nadie busca tu amor perdido en la necrópolis que tu presencia profana,
donde a otros amores muertos muy cerca de tu lúgubre tumba, un búho en la noche
umbría canta una taciturna elegía.
Ahora
bien, quiero decirte en esta carta metafórica y tal vez irónica, que todo lo
que pasó entre tú y yo, son cosas que suceden en el amor. Pero no en el amor
per se, sino que es la relación entre dos personas que un día tomaron la
decisión de compartir sus vidas, y una de las dos se fue, se le cansó el
corazón por la otra persona, porque el sentimiento de amor no es eterno, no
dura toda la vida en la vida del otro. Yo entendí que tu amor por mí murió,
feneció como fenecen las estrellas cuando dejan de brillar. Con esto que te
digo, no quiero ser un Poncio Pilato, porque yo también un día me fui de la
vida de otra vida, y me dolió el dolor de ella. Sé que a ti igualmente te dolió
aunque nunca jamás me lo dijiste, lo manifestaste con tu silencio.
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