domingo, 20 de febrero de 2011

NOCTURNO O EL RITO DE LA LUNA NEGRA

“La demasiada locura
es el más divino de los sentidos”

Emily Dickinsos

Fue un no rotundo.

La noche tampoco quiso ser cómplice del delirio.
Sin embargo, por la inequívoca conspiración de la luna en la fase final del eclipse, Ella, la Mujer de Ébano, pasó la frontera trémula de la penumbra.

La sombra, soberana de aquel nocturno en sigilo, frágil como un pentagrama de cristal, intervino con su sonido sordo, silente, en el delirio erótico,
en una locura sublime jamás soñada por El hombre de Bronce, soñaba sueños incoherentes como un nepente frenético. ( deliraba, dormitaba, por el efluvio embriagante de la Mujer de Ébano).

Fue entonces cuando Él la vio bajo los rayos centelleantes de la luna ahora pálida.
La silueta heroica de Ella, cual amazona, recordaba las epopeyas medievales de amores furtivos, cuando los caballeros de armadura y máscara, gallardos, airosos, en tenaz lid igual que un Cid campeador, enfrentaban la muerte por amor, ganaban el lirio marchito de la victoria fallida, elevaban la flor en actitud de oración, y morían con dignad.

Él alucinó como un loco que sueña, que delira, que dormita en el dintel de la penumbra, en el límite del claroscuro. Ella, ávida, temblaba por un beso tierno y cálido en el bajo vientre, como una demente excitada, como una loba en celo que aúlla.

Entonces la mujer de Ébano y el hombre de Bronce, iniciaron el rito de una libido en erupción igual que un volcán en parto. Era el rito de la luna negra.
El hombre de Bronce descendió lentamente por el torso de la mujer de Ébano, y siguió por el sendero del pubis.
Ahí, besó con un temblor de gorrión en su cuerpo metálico, el pistilo del clavel hirsuto de Ella, que tembloroso, se abrió como una rosa.

La mujer de Ébano sintió una laxitud en todo su cuerpo, y de la profundidad de ese abismo de tiniebla, del clavel abierto al deleite, brotaron las lágrimas de un orgasmo sublime y fugaz como una ofrenda al amor, sagrada e irrevocable, para dejar en ese rito de luna negra, el precio del placer que dura un instante y evocar entonces el recuerdo de un amor grade, que perdura por su grandeza en la memoria, toda la vida.

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