lunes, 19 de mayo de 2014

CRÓNICA DESPUÉS DE UNA MUERTE

El Jueves Santo 17 de abril, Melquíades, con un alboroto de pitos y tamboras, anunció al mundo la muerte de Gabriel García Márquez. Ese día, que no fue trágico sino de júbilo porque él así lo quiso, hubo en Macondo un viento arrasador que desprendió los techos de las casa de bareque, y se desparramó un aguacero que no se daba desde las guerras civiles que vivó el coronel Aureliano Buendía.


Remedios, la bella, por quien “algunos hombres ligeros de palabra se complacían en decir que bien valía sacrificar la vida por una noche de amor con tan conturbada mujer…”, bajó del cielo en cuerpo y alma para asistir a los funerales, no de la mamá grande, sino del papá grande.

Úrsula Iguarán, quien también murió un Jueves Santo, resucitó para morirse otra vez ese Jueves Santo 17 de abril junto con Gabriel García Márquez.

El lunes 21 de abril, en Macondo todo mundo amaneció con una mariposa amarilla viva, prendida en el ojal del vestido, y las que no estaban cautivas en la ropa de la gente, revoloteaban como ringletes por todo el pueblo, eran las mariposas amarillas de Mauricio Babilonia.

Las cenizas del muerto más famoso del mundo, fueron expuestas en El Palacio De Bellas Artes de México donde murió, para que presidentes, primeros ministros y hasta el Papa, hicieran la guardia de honor al ilustre hijo de Aracataca en medio de una parranda vallenata con los acordeoneros del Valle De Upar.



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