martes, 15 de julio de 2014

JAMÁS LA VOLVÍ A VER

Cuando la vi por vez primera


a la salida del ascensor

del edificio Pevesca

en Santa Marta,

hablé con ella por sólo cinco minutos,

y anhelé verla la segunda vez.

No he olvidado su nombre virginal

no he olvidado su belleza de diosa celestial.

Le dejé mi dirección electrónica

en mi tarjeta personal.

Le dije, “María Claudia, envíame un correo

para contestarlo con mis poemas

de amor y otros de desamor.”

Ahora, cuando camino sin rumbo

por esta santa ciudad,

la busco en el bullicio

en la parada de un semáforo

mientras la luz cambia a verde,

pero no la veo.

La busco en el tumulto,

en el Café Del Parque,

a veces, en el silencio de la noche

preguntándole a la luna

que en qué lugar del remoto cielo

ha visto a una radiante mujer

de ignota belleza,

de sutil dulzura,

perfumada su piel

con Chanel.

Ella es de esas mujeres

que sólo se ven una vez,

no vuelven.

Todas las mañanas

cuando reviso mis correos

espero ver su mensaje,

y cuando deambulo por la ciudad

quisiera volverla a ver

tan sólo para decirle

que he escrito este poema urbano para ella,

pero jamás la volví a ver.



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