martes, 9 de agosto de 2011

PESADILLA

No tuve cuidado con un pensamiento lascivo
que atravesó mi mente una noche de lujuria.
Ese pensamiento se me convirtió
en una terrible y temeraria palabra que laceró mi ser
y me volví vano y amargado.
La palabra me condujo a ridículos rediles intrincados
como dédalos de horror y miedo
que no me permitían avanzar hacia la libertad
que proporciona la felicidad de vivir en paz con el espíritu.
El pensamiento era proclive,
me empujaba a un abismo más oscuro
que la tenaz y tenebrosa noche de lujuria
en la cual yo me debatía como un centurión,
igual que un gladiador gravitando en una galaxia multiforme
de infinitos arcos iris
de fugaces aerolitos metales en los cuales yo giraba.
Entonces un sonido tranparente y lúbrico, igual que el pensamiento,
me arrastró sin piedad ni compasión
por un torbellino
por una vorágine de tedio
de angustias ácidas que recorrían
todas las fibras de mis nervios
calcinándome el pensamiento
sin poder escapar a esa abrasiva llama
que quemaba mis pulmones
perdiendo la respiración,
esa llama que quemaba mi corazón
perdiendo mi amor,
esa llama que quemaba mi cerebro
perdiendo mi sensatez,
esa llama que quemaba mi estómago
perdiendo el hambre,
y ya así, sin respiración,
sin amor,
loco,
y muerto de inanición,
salí corriendo del laberinto de esa infame y tediosa pesadilla.
Desperté cuando las primeras lámparas de un sol radiante
entró sin permiso por la ventana de mi alcoba
para anunciarme que comenzaba la rutina de un nuevo día.





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