jueves, 9 de agosto de 2012

FLOR DE CACTUS

Era de noche, noche oscura, sin estrellas, (ningún lucero en el cenit),
sólo se veía en lo alto del abismo sombrío
un claroscuro, un reflejo proyectado
en el espejo del vano de la ventana de mi alcoba
por una débil luna moribunda
como medio anillo taciturno
que me inspiró una larga melancolía por la ausencia de Ana,
mi amada Ana a quien nunca más volví a ver
desde el día de la primavera de nuestros amores furtivos.
En mí habitaba una angustia esa noche de insomnio,
lánguida noche de tristes reflexiones y hondo pesar
por la ausencia ya por siempre de la Ana de mis recuerdos
la radiante Ana, en cuyos ojos de esmeralda
un día se vieron los ojos míos bajo el influjo y la magia del último amor.
Entonces, sin poder conciliar el sueño aquella noche,
de tristeza en mi espíritu afligido por no saber jamás de mi amada Ana,
me levanté de la cama y encendí la lámpara de aceite
cuya tenue luz, igual que el claroscuro reflejado
en el espejo del vano de la ventana de mi cuarto en penumbra,
dibujó sobre la alfombra la silueta de un cactus del que brotó una flor,
una hermosa flor de blanco impoluto
como el blanco rostro de Ana
con sus ojos de esmeralda.

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