martes, 13 de abril de 2010

CARTA PARA JUAN PABLO

Juan Pablo, hoy es lunes 12 de abril del 2010, día en que te fuiste de Santa Marta para Medellín, y de ahí, irás a Arizona, para continuar con tus días al lado de Elizabeth, mujer que debes conservar, pues por lo poco que la traté o conversé con ella, me pareció una mujer de gran talento y de buen talante. Me siento orgulloso de ti por elegir tan magnífica compañera. Hoy, he sentido una larga nostalgia, una melancolía que linda con ese sutil dolor que produce la partida y la ausencia de un ser querido, porque no se cuándo te vuelva a ver en los años que me quedan por vivir. Me sentí muy feliz de volverte a ver el viernes 9 de abril cuando fui a visitarte al hotel, ya que sólo nos hemos visto dos veces, cuando tenías 14 años y ahora que ya eres adulto y hombre bien formado, gracias a la tenacidad de María Teresa, mujer que admiro por su inteligencia y humildad, quien me enseñó qué es el perdón, y gracias a ella pude conocerte.
Y ahora no sólo veo los espejismos de la nostalgia reflejados en mi alma, por tu partida en tu corta visita, pero de gran satisfacción para mí, sino que ahora lamento más todavía, el no haber podido ver tu nacimiento, infancia, adolescencia y todas las etapas de tu vida, porque la vida nos depara muchas veces tristezas, nostalgias, llantos y sufrimientos, pero también nos da alegrías y felicidad como las que sentí este viernes próximo pasado, en que te volví a ver por segunda vez. Pero ya todo está en el pasado, sin embargo, aunque esos tristes acontecimientos para mi estén en el pasado, he entendido y aceptado que la vida o el devenir, los cobra, porque todo se nos devuelve, y te digo esto, porque creo que la vida o el devenir, me ha pasado una factura de cobro, pues los hijos que vi nacer y crecer, se fueron de mí sin decir adiós, y a muy temprana edad. Pero gracias a todos estos eventos que han sucedido en mi vida, he aprendido a conocerme en medio de la soledad en que vivimos, aunque estemos rodeados de la gente, que es la que nos hace crecer como personas. Igualmente he aprendido que la vida no quita cosa. Libera de cosas, alivia cargas para volar alto y alcanzar la plenitud de vivir en paz consigo mismo y con los demás, porque de la cuna a la tumba, todo es un constante aprendizaje, y lo que llamamos problemas, son lecciones. Por eso, debes estar en paz con todas las personas y enunciar tu verdad de una manera clara y serena, como lo he visto en ti en este nuevo encuentro, y ojalá quiera la Divina Providencia que no sea el último.
Ahora quiero que sepas por siempre, que lo mejor de ti, tu sentimiento y amor de hijo, está y estará para siempre en mi corazón. Estaba en deuda contigo, porque nunca había escrito nada para ti, pero llegó el momento de dejarte esta carta, que ha de ser parte de mis memorias como todo lo que he escrito. Quiero manifestarte con toda la sinceridad de mi espíritu, que al escribir hoy esta epístola para ti, he sentido ese amargo en la garganta por los eventos del pasado, y de mis ojos taciturnos han brotado unas lágrimas, pues la vida nos presenta razones para llorar, pero también muchas para sonreír como la feliz razón que tuve para sonreírte el viernes feliz en que te volví a ver.
Sólo me resta decirte que quedaron cosas pendientes, que me hubiese gustado mucho haberlas realizado contigo, como la cocinar un buen plato, porque se que también te gusta la buena cocina, pero siempre habrá otra oportunidad, sólo hay que desearla, porque cuando se desea algo, ese algo suele estar esperando.
Bueno querido y por siempre recordado hijo, estoy feliz y seguiré eternamente feliz, por haberte visto convertido en un hombre ecuánime y exitoso.
Mi cariño y mi amor de padre te saludan.

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