domingo, 24 de mayo de 2015

LA MISERIA DE LA GUERRA


El que predica la guerra es un apóstol del demonio.
John Ray

En estos últimos tiempos se ha venido jugando con la ingenuidad y dignidad del pueblo colombiano. El presidente Juan Manuel Santo, que es un apóstol del demonio, no es el “Santo” predicador de la paz. Se hizo canonizar por la élite que gobierna a Colombia, para su segunda reelección, y hasta el Papa le creyó, pues le otorgó la gran orden de Los Caballeros Templarios como en las guerras de la cruzadas, para defender la paz de los cristianos que creyeron en él.
Me pregunto y te pregunto, cómo pude ser legítimo matar así, dormidos como asesinaron a 26 combatientes de la FARC-EP y como también lo hicieron con Raúl Reyes y Briceño (el mono Jojoy). Eso dijo san Juan Manuel, “es legítimo el bombardeo a los terrorista de las Farc”. Son palabras con cargas de odio, igual que  las bombas de racimo que en nada contribuyen a la paz.
Él predica lo que no ha practicado, dice que terminará con la guerra, pero de qué manera?
En esta guerra secular que comenzó con la mal llamada “conquista”, porque fue una orgía sangrienta, otra masacre más como las muchas que han ocurrido en Colombia igual que LA MASACRE DE LAS BANANERAS, hecha por el gobierno de turno, será no menos que imposible o demasiado difícil, salir de la miseria de la guerra.
El poeta colombiano Gabriel Escorcia Gravini (1892-1920), es el autor de la magistral poesía, LAURINA PALMA O GRAN MISERIA HUMANA. A continuación transcribo las dos últimas estrofa a fin de significar de esta manera, la miseria de la guerra, porque la guerra es peor que la miseria humana.
Así me siento ante esta miserable guerra, siento un extraño escalofrío, como perdiendo la vida, siento que también pierdo la vida pues siento que todos perdemos la vida, no sólo son los que van a la guerra, que son los campesinos pobre, los que nada tienen, y que la única esperanza es hacer lo que hizo Mambrú para dolor y pena.
Los apóstoles del demonio no saben qué es la guerra, sólo la hacen, no la viven, la ven desde sus escritorios de tecnócratas. Ellos no entienden el dolor y la angustia, ellos no entienden el sufrimiento de los combatientes de ambos bandos en conflicto que se matan para defender los intereses económicos de ellos. El poeta dice:
Yo escuchaba aquella cosa
y lleno de horrible espanto
salí de aquel camposanto
como veloz mariposa.
La luna pura y radiosa
vertió su lumbre fugaz,
y la calavera audaz
dijo al mirarme correr:
“¡Tú aquí tienes que volver,
y calavera serás!”

Yo, ante razón tan sentida,
sentí por el cuerpo mío
un extraño escalofrío
casi perdiendo la vida.
Con el alma entristecida
volví a mi celda cristiana,
meditando que mañana,
por firme ley de la parca,
debo habitar la comarca
de la Gran Miseria Humana”.

Pero ya que importa la miseria de la guerra, si al final seremos calaveras, todos, inclusive san Juan Manuel y los demás apóstoles del demonio.

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