miércoles, 13 de mayo de 2015

EL ANTICUERVO


¡Ah! aquel lúcido recuerdo
de un gélido diciembre;
espectros de brasas moribundas
reflejadas en el suelo; (…)

Edgar Allan Poe


I
Me detuve en el umbral de la penumbra para tomar un nuevo aire, renovado, porque el de la noche anterior estaba contaminado de insomnio.
Sólo vi una sombra fugaz en las tiniebla de la gélida noche decembrina. Una sombra difusa, dilatada como un invierno metálico y melancólico.
II
La sombra avanzaba igual que el espectro de las brasas en agonía, y volaba en círculos cada vez más próximos hacia la ventana de la alcoba en la que se hallaba un hombre taciturno, preso de amargura.
III
El hombre triste sufrió una extraña metamorfosis. Su boca se fue transformando cada noche en un largo pico de ave agorera.
IV
Sus brazos se tornaron en alas y su piel en plumas negras como cuervo. Su voz en graznido. Su metamorfosis lo llevó al alcoholismo, y padeció el delirium tremens.
V
Agitó sus alas para emprender el vuelo, lanzó un graznido como una tétrica voz de ultratumba, voló al más allá. Sólo dijo, “Nunca Más”.
VI
Cuenta la leyenda que cada año en enero, un hombre con aspecto de fantasma como una sombra que vaga en el sigilo de la noche, de abrigo largo y un bastón de empuñadura dorada, deja tres rosas y una botella de coñac a la mitad junto a la tumba de Edgar Allan Poe en Baltimore.

No hay comentarios:

Publicar un comentario