jueves, 13 de enero de 2011

EL CAMINO REAL DE ENTONCES

El camino real de entonces, por el cual pasó hace 181 años en un coche tirado por un caballo a temperar en sus días postreros Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar, “el hombre más grande de la América latina”, como reza en el himno de la ciudad de Santa Marta, hoy se llama Avenida del Libertador. Esta avenida que otrora fue la más hermosa y única avenida de entonces, en la cual existían casa de arquitectura republicana, conduce al Santuario de San Pedro Alejandrino donde murió El Libertador, que es la única joya histórica que tiene Santa Marta para mostrar al mundo. Hoy, esta avenida está convertida en el canal de un río, no por el capricho de la naturaleza, sino por el desastre ambiental cuyo impacto apenas estamos viendo con un asombro y un desdén casi consentido, porque el pueblo samario parece que estuviese hechizados por los brujos de la élite política.
Una mañana, el mar amaneció con un color glacial y relleno con unas piedras blancas, inmensas como las rocas que trajeron de la Luna los expedicionarios del Apolo 11 que cumplió dicha misión. Esa mañana todo mundo se preguntaba qué de dónde habían salido esa piedra. Las piedras fueron sacadas a punta de dinamita de un cerro que queda por la vía que conduce a Bahía Concha. Por ahí cerca hay tres ojos de agua que estaban dormidos, pero las lluvias diluvianas que han caído sobre Santa Marta, despertaron a los tres ojos que comenzaron a llorar y cuyo llanto, subió el nivel freático. Ahora ese torrente de lágrimas es vertido de manera caprichosa a una quebrada que se llama La Lata, porque el impacto ambiental invirtió la pendiente de la montaña convertida en cantera, y todo el llanto que mana de esos taciturnos ojos de agua, busca el declive natural de la quebrada La Lata, desemboca en La Avenida del Libertador, y va hacia el mar buscado las piedras de la desgracia, que hoy padece Santa Marta por culpa no se sabe de quién, porque nadie quiere asumir la responsabilidad de esa hecatombe ecológica.
Santa Marta, que entonces fue una ciudad señorial, noble y culta, hoy parece una aldea extraviada en los tugurios de la desidia, por una clase dirigente que heredó los vicios históricos de la colonia, que trajeron a esta aldea de olvido y abandono, los primeros colonos salidos de los lupanares de España. La ciudad está convertida en un inmenso charco de aguas negras que se revuelven con las aguas lluvias, porque no tiene un sistema de drenaje pluviométrico, y el mar que antes era del azul fundamental del cobalto, ya es del negro de tiniebla, por la contaminación del carbón. El himno de Santa Marta que aprendí en la escuela, dice un su primera estrofa: “Dios te salve ciudad dos veces santa.” Todavía estoy esperando a Dios para que salve a esta mustia ciudad, porque agoniza como un náufrago en un mar de ceniza.

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