Ahora estás ahí, distante y cerca.
Tu boca de flor y tus labios de durazno
provocan todos los incendios,
inspiran la profundidad del deseo
y me invitan al naufragio
en el océano de tu cuerpo.
Eres como una ola, distante y cerca.
Cerca, porque me arrancas tristezas.
Distante, porque me envuelves
en la atarraya de la melancolía.
Tus senos pequeños, delicados y sutiles
semejantes a una fruta rosada
insinúan la misma ternura de tus labios.
En tu mirada veo el fuego
que incinera mi pasión por ti, un torbellino
que busca refugio en tus brazos.
En tu sonrisa se esconde el deseo
y yo adivino entonces en tus manos,
esa quimera, distante y cercana como tú.
La ola viene a mí y se va.
Regresa, me envuelve con el embrujo de su espuma
y el deseo cómplice del naufragio me ahoga.
Vuelvo moribundo a la arena de tus recuerdos
y sigo en mi velero buscando en la memoria de los mares
el puerto de tu amor
para anclar mis sueños
para clavar en la orilla de esos piélagos
el áncora de mis triunfos errados,
los éxitos no alcanzados entonces,
por el capricho de una evasión fallida,
por todos los temores,
porque perdí mis alas,
pero igual que a las águila, mis alas renacerán
para emprender el vuelo más alto
que soberano de los aires haya lograr jamás
aunque estés distante o cercana,
aunque el viento que estremece mis día
arrastre mi vuelo, y derive por arrecifes desconocidos,
y naufrague así en otro océano que no es tu cuerpo,
pero al puerto que llegue mi velero
como un fiel marinero, te recordaré
en la lejanía o en la cercanía de los días.
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