Fueron aquellos días de tu repentina ausencia
gotas de un río sin riveras
viajando por un torbellino de antiguas nostalgias
en busca de una orilla para enterrar mi dolor.
Fueron esos mismos días
lágrimas peregrinas lloviendo en mis ojos
bajo un tapete azul-oscuro de estrellas
como luciérnagas alucinadas.
Los días se tornaron siglos de ilusiones
naufragando en las aguas viajeras
de un implacable destino condenado al olvido
que fugaz, tímido, y taciturno, evocaba el ayer.
Fue entonces la hora del silencio,
de los instantes trémulos,
de los días idos sobre aguas turbulentas
en los que navegué sin albedrío y sin hallar tu sombra
ni el rastro de tus huellas
sobre la arena de la playa del mar de mi angustia.
Yo caminaba por el sendero de los instantes
como un caminante sin camino en la noche densa
cual murciélago que vuela sin rumbo
para incrustarse en las tinieblas.
Te buscaba en la melancolía de aquellos días
en el enjambre de las estrellas en delirio
en los siglos de ilusiones
en el estribillo de una canción lejana.
Me sumergí en el charco de mis lágrimas peregrinas
bajé al fundo del recuerdo
pero sólo hallé en la profundidad de ese abismo
el espectro moribundo de tu falaz amor.
Fueron esos días de adiós
un recuerdo en exilio, una memoria ya marchita
cruzando las fronteras de un antiguo extravío,
de un cúmulo ácido y puntilloso de eternas nostalgias.
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