martes, 21 de julio de 2009

LA POESÍA QUE SIEMPRE QUISE ESCRIBIRLE A ELLA

Husmeando libros en la antigua biblioteca de mi alcoba, una noche lluviosa angustiado sin poder dormir y pensando en una mujer que fue agobiada por los sufrimientos y los rigores que muchas veces el implacable albedrío golpea sin piedad a aquellas mujeres que han tenido el infortunio de caer en desgracia sin saber por qué, y aun han sido heridas con venablos de improperios sin compasión y han recibido en el alma saetas de dolor lanzadas con el arco infame de la injusticia social y, más terrible todavía, aquellas mujeres que han perdido la vida asesinadas por canallas que han recibidos de ellas sus favores de “negocios de amor”, porque por cualquier razón que haya sido, el destino les tenía reservado el infeliz oficio de meretriz, que ejercieron con dignidad para sobrevivir. Buscando en ese sagrado recinto literario esa gélida noche un libro de olvidada ciencia o cualquier libro que mitigara un poco la ansiedad manifiesta en mi que tuve desde niño, por no haber conocido a la mujer en quien yo pensaba esa noche de tormentas eléctricas y terribles tempestades en mi alma, por no haber tenido la felicidad de decirle, mamá, ni el honor que la vida me negó de poner en su tumba una rosa roja como testimonio de mi amor por ella, ni de llevarle un ramo de flores de difunta, porque jamás supe donde quedó su osamenta, esa extraña noche taciturna encontré una bella poesía de Víctor Hugo que tal vez es la que como poeta, hubiese querido escribirle a ella. En ese momento, ya con sueño y embebido en tristes reflexiones, cuando abrí el libro de poemas que la lluvia y el tiempo también habían maltratado, hallé la magistral poesía, deseé entonces que el espíritu de mi madre hubiera iluminado mi numen para escribir tan genial obra de arte, tan hermosa pieza de literatura inspirada en una bendita mujer sin importar su condición.
Ahora transcribo esta poesía para guardarla como recuerdo entre mis poemas, y ofrendarla a todas las mujeres que como mi madre, fueron víctimas de infortunios y grandes desgracias por ejercer el despiadado oficio de hetaira.

LA MUJER CAÍDA

¡Nunca insultéis a la mujer caída!
Nadie sabe qué peso la agobió,
ni cuantas luchas soportó en la vida,
¡hasta que al fin cayó!
¿Quién no ha visto mujer sin aliento
asirse con afán a la virtud,
y resistir del vicio el duro viento
con serena actitud?
Gota de agua pendiente de una rama
que el viento agita y hace estremecer;
¡perla que el cáliz de la flor derrama,
y que es lodo al caer!
Pero aún pude la gota peregrina
su perdida pureza recobrar,
y resurgir del polvo, cristalina,
y ante la luz brillar.
Dejad amar a la mujer caída,
dejad al polvo su vital calor
porque todo recobra nueva vida
con la luz y el amor.
VICTOR HUGO

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