miércoles, 15 de julio de 2009

SIGUIENDO TU SOMBRA EN EL ASIENTO DEL CAFÉ

Esa mañana era domingo, me desperté a las 5: 00 a m, pero me levanté de la cama con las primeras lámparas del sol que entraban tímidamente por el vano de la ventana. “Qué hago este otro domingo de los tantos domingos interminables de esta vida puñetera que llevo”, pensé. Me respondí entonces, “voy a escribir el cuento que desde hace tantos años he querido escribir”.
Sólo he hecho poesías, relatos y unos cuantos ensayos sobre calentamiento global, conducta humana y otros temas triviales.
Cuando me sentí cómodo frente a la página en blanco del computador, y comencé a tomarme el café con la nostalgia de tinto anterior, no hallaba ni el tema ni el tono en los cuales iba a escribir el cuento, pues siempre he considerado que escribir un cuento no es fácil.
A las dos horas de estar sentado frente al computador, y deambulado en el limbo de la fantasía, me atravesó la imaginación una idea tan lúcida y límpida como los lamparazos que entraron por la ventana cuando volví a la vigilia la mañana de ese domingo. La idea se me escapó sin darme tregua para escribir el primer renglón. Luisa, mi compañera, me llevó otro tinto porque ella sabe que cuando yo me siento a escribir por las mañanas, desayuno con diez o quince tintos, y sólo almuerzo cuando termino. La seguí con la mirada cuando se fue, porque me detenía en pormenores para escaparme de mi mismo, y no enfrentar el reto pendiente que desde entonces tenía con las palabras. Me puse a contemplar su belleza silvestre como las flores de Tucurinca de donde es ella. Contemplé desde lejos su silueta, su cabellera de tiniebla en cascada, sus cejas de ébano, sus ojos de acantilados en crepúsculo, su nariz de flor de lis en capullo, y su boca de durazno tierno. La llamé y le dije,”eres más bella que la novia de Ulises”. Me preguntó,”quién es ella”. Le respondí, “Eréndira”. Cuando dio la espalda para continuar con sus labores cotidianas, me qué obnubilado una vez más con su cuerpo de palmera alborotada por los vientos Alisios del Cribe. Luchy, como cariñosamente le digo, es de una belleza sideral como una estrella que fulgura en el cielo de mis noches, que sólo opaca el amanecer de mis días.
Seguí buscando temas para el cuento, pero esta vez no en el limbo de la fantasía, sino el purgatorio de la realidad. Fue una labor ardua y temeraria, pues me enfrenté a un largo y tedioso inventario de la vida puñetera que llevaba. Revisé minuciosamente buscando sin resultado alguno mi pasado. “En el futuro nada tengo que buscar, porque no lo he vivido”, pensé. Empecé a desesperarme. Experimenté la angustia que siente el alcohólico cuando se le rompe la botella por torpeza de si mismo.
Cuando ya estaba exhausto por la empresa fallida, tomé la irrevocable decisión de pulsar las teclas Ctrl y E del computador simultáneamente, para negrear la página y eliminar todo. Así lo hice.
Antes de comenzar nuevamente, llamé a Luisa y le dije,”Luchy, hazme el favor, tráeme otro tinto para ver si se me endereza la imaginación”. Ella fue en busca del tinto con una diligencia irresistible, porque todo lo que hace, lo hace con un amor estoico. Yo en cambio hago las cosas con una discreción cartesiana. De regreso, traía dos posillos, uno en cada mano. En la derecha tría el mío, en el que siempre bebo el café por las mañanas, y en la izquierda, tenía otro posillo diferente asido por la oreja, pero al revés. Le dije, “gracias mi bella dama. Me contestó,”de nada su majestad”. Así me dice cuando le doy gracias por sus favores. Le pregunté, “¿tú que haces con ese posillo al revés?”. Me respondió, “viendo el futuro, estoy siguiendo su sombra y leyendo el destino en el asiento del café, para darme cuenta dónde se mete cuando no está aquí escribiendo, y para saber cuando va a ocurrir una desgracia”. Fue entonces cuando comencé a amarrar unos cabos que desde tiempo atrás estaban sueltos por todos los rincones de la casa. Comencé a recordar que yo veía ese mismo posillo, grande, de porcelana china, puesto al revés en diferentes lugares de la casa, porque ella lo dejaba así cuando terminaba de tomarse el café en el sitio donde estaba sentada o de pie. Lo dejaba en la mesa de centro de la sala, en la mesa del comedor, en la mesita de noche de la alcoba nupcial, encima del retrete del baño, en la repisa al lado de la mesa de planchar, y en cualquier lugar de la casa. Una vez lo dejó por olvida dentro de la nevara.
Un día le dije que me contara cómo hacía ella para leer el futuro en el asiento del café, y cómo se daba cuenta por donde andaba mi sombra. “Después le digo”, me dijo.
En otra ocasión que entré al cuarto para preguntarle dónde me había puesto un libro de olvidada ciencia que yo estaba leyendo la noche anterior, la encontré hablando sola, pero no le pregunté, para no interrumpir el rito, Me di cuenta entonces que Luisa no sólo leía el asiento del café en el posillo, sino que también era nigromante: estaba invocando el espíritu de una hija muerta. Le preguntaba que cuándo sería el próximo terremoto. La voz del espíritu de la difunta, le dijo, “mañana muy temprano”.
Yo salí del cuarto sintiendo un frío lúgubre en mis huesos sin que ella advirtiera mi presencia, y en mis oídos retumbaba como un eco subterráneo de temblor terrestre, el sonido sordo de la voz de ultratumba del espíritu invocado. Me senté renuevo en el computador, y seguí mi tenaz batalla contra la hoja virtual en blanco, buscando en los vericuetos de la memoria algún tema aunque fuese sin tono, para saciar la ansiedad irresistible de escribir, y así mitigar un poco la adicción abrasiva que desde siempre he tenido por escribir y contar lo que me dicta el pensamiento en mis ratos de ocio.
Volví a llamar a Luchy para otro café. Me lo trajo, y me dijo,”se le van a torcer las tripas por tanto tinto sin comida”. No quise decirle nada, porque ella es demasiado sensible, y podía vulnerar su cariño y atención hacia mí.
Ya eran las 4: 30 p m, llevaba siete horas mamando gallo frente al computador sin siquiera escribir nada que valiera la triste gloria de escribir un cuento para guardarlo en el archivo Mis Documentos o enviarlo a un icono de acceso inmediato en el escritorio del computador. Decidí descansar e irme a charlar con Luisa acerca del asiento del café que yo veía en su posillo puesto al revés por todos los rincones de la casa.
La primera pregunta que le hice fue, “¿por qué pones el posillo bocabajo?”. Ella me respondió, “bueno como usted quiere saber, se lo voy a decir:”
─ Vea con mucha atención las manchas que dejó el asiento del café en el posillo cuando se decantó. Si usted mira minuciosamente cada figura, se va dando cuenta, es cuestión de leer e interpretar.
─ Si, pero yo no veo ni leo nada, le dije.
─ Es cuestión de talento, y tal vez usted nació sólo para escribir, me dijo.
─ ¿Entonces tú naciste con el talento de adivina?
─ Usted lo ha dicho, yo nací con la facultad premonitoria de leer no sólo el futuro en el asiento del café, sino anticipar las desgracias por suceder en la ceniza del tabaco.
Entonces Luisa volvió sobre las manchas en el posillo del asiento del café, y me dijo que veía claramente una muerte por suceder muy pronto, y que yo estaba la noche anterior hablando con una mujer alta, de cabellos de mazorca tierna.
La mañana del lunes, muy temprano, tembló la tierra, la lora amaneció muerta, y efectivamente, yo estuve la víspera visitando a mi hermana.

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